17 de diciembre de 2020

Charlie Feiling siempre vuelve

Entre tanta mala noticia, este año tuvo también algunos acontecimientos positivos. Uno de ellos fue el regreso de los libros de Charlie Feiling. Tres editoriales independientes (La Parte Maldita, Alto Pogo y La Bestia Equilátera) se lanzaron a reeditar las tres novelas y el libro de poemas que conforman la concisa pero brillante obra de este escritor argentino casi secreto, muerto de leucemia en 1997, a los treinta y seis años de edad.

Retrato de Charlie Feiling en la solapa de Los cuatro elementos (Norma, 2007)

La obra de Feiling ya había experimentado un “primer regreso”. En julio de 2007, al cumplirse una década de su partida, la editorial Norma editó un volumen titulado Los cuatro elementos, que incluía sus tres novelas y el primer capítulo de la que iba a ser la cuarta, la que estaba escribiendo cuando la muerte lo alcanzó tan temprano.

En aquel momento escribí dos artículos sobre este tema. Uno se publicó en la edición impresa de Caras y Caretas, el otro en una revista digital ya extinta llamada Teína. Me parece interesante recuperarlos ahora, durante esta especie de “segundo regreso” de tan buenos libros y tan notable autor. Me gusta creer que ahora escribo bastante mejor que hace trece años; sin embargo, reproduzco estos textos casi sin modificaciones, porque siento que también son, de algún modo, un pequeño retrato de lo que yo era en ese entonces. Un mes después de aquello me fui a vivir a Madrid y mi existencia se dio vuelta como una media.

Ambos textos incluyen testimonios de Gabriela Esquivada, que fue pareja de Feiling, y de Daniel Guebel, quien fue su amigo. Tan siquiera por leerlos a ellos —sobre todo, por las palabras de Esquivada en el segundo de los textos, que a mí me gusta mucho más que el primero— creo que recuperarlos vale la pena. Los copio a continuación.


Charlie Feiling, un escritor nacional

Publicado en la revista Caras y caretas, Buenos Aires, agosto de 2007.

¿Será verdad que escribir una semblanza o un retrato literario es imposible? En caso de que no lo sea, de que sí se pueda hacerlo, esta semblanza podría comenzar diciendo que el 22 de julio se cumplió una década de la muerte de Charlie Feiling. Que “Charlie” no era su verdadero nombre, por supuesto, como tampoco lo era Carlos Eduardo Antonio (como decía su DNI), ni Charles Edward Anthony Keith (como lo bautizaron sus padres), ni C. E. (como firmaba sus libros). Se llamaba un poco de todas esas formas. Podría decir también que cuando murió tenía 36 años y tres novelas publicadas, y una cuarta en camino, y poemas y amigos y una mujer a la que amaba. Y que ahora todos ellos lo extrañan.

¿De verdad Charlie Feiling dijo que un retrato literario es imposible? No. O sí. Lo que seguro dijo es que él escribía mal. Y “tengo toda la intención de seguir escribiendo mal”, anotó en 1994, “vale decir a contrapelo de la versión dominante de la literatura argentina”. Así, hecha esa declaración de principios, siguió adelante. Escribiendo. Hasta el último momento.

Obra

Con motivo del décimo aniversario de su muerte, la editorial Norma acaba de publicar Los cuatro elementos, un volumen con la narrativa completa de Feiling. Incluye sus novelas El agua electrizada (de 1992), Un poeta nacional (1993) y El mal menor (1996), y el primer capítulo —inédito hasta ahora— de La tierra esmeralda, el relato en el que trabajaba cuando la leucemia le dijo basta.

“Charlie escribió tres capítulos de La tierra esmeralda”, explicó Gabriela Esquivada, última pareja de Feiling, quien estuvo a cargo de la edición del nuevo libro. “Únicamente el primero está corregido y terminado —agregó—; los otros dos, si bien en mi opinión se podrían publicar, ya que no son borradores, carecen de su mirada final. Yo contradije su voluntad leyendo esos capítulos, y creo que conviene no repetir y ampliar ese error publicándolos. El autor era él, no yo”.

Esquivada también estuvo al cuidado de Con toda intención, una recopilación de 71 de los más de cuatrocientos artículos y ensayos que Feiling escribió para diarios y revistas, publicada hace dos años por Sudamericana. Leer esos textos permite aproximarse a (darse una idea de) sus conocimientos vastísimos, su pluma excelsa, su afilada lucidez.

Además de su tríada de novelas (definidas por Rodrigo Fresán como “una especie de regocijado y atípico e internacional —pero al mismo tiempo muy argentino—, polimorfo y perverso paseo por diferentes géneros”), Feiling publicó un libro de poemas, Amor a Roma, en 1995. La calidad de esa concisa obra, que vio la luz editorial en un lapso de cuatro años, basta para ubicarlo entre los autores argentinos más importantes de las últimas décadas.

Vida

Nació en Rosario el 5 de junio de 1961, en el seno de una familia con raíces británicas. Obtuvo su licenciatura en Letras en la UBA y luego confeccionó una brillante carrera académica, que incluyó la docencia en varias universidades argentinas y en la de Nottingham, Gran Bretaña. En 1990 decidió abandonarla y dedicarse de lleno a la literatura y al periodismo cultural.

Que es imposible escribir un retrato literario lo dice el Charlie Feiling-personaje de la novela El día feliz de Charlie Feiling (Beatriz Viterbo, 2006), de sus amigos escritores Daniel Guebel y Sergio Bizzio. Se trata de “una evocación telepática y a dúo” (Guebel dixit) que cuenta la historia de un domingo que ellos tres fueron a pasar a la casa de los padres de Bizzio, en Villa Ramallo. En el final, el Feiling-personaje se refiere a “lo irreal de proponerse una semblanza”, que según él es una de las formas de la muerte. Otra es el olvido. Y hay una más, sólo para escritores: “Saber que cuando ustedes escriban esta historia toda palabra que me atribuyan no la habré escrito yo”.

Vaya a saber si el Feiling real dijo algo así o no. “Me gustó evocar a Charlie, atribuirle palabras que no dijo o recordarlas sin saberlo”, señaló Guebel. Lo cierto es que el recuerdo de los otros es lo que queda cuando uno ya no está. Y que ese recuerdo se materializa en palabras. Para referirse a un escritor — en una semblanza o como se llame este tipo de textos — no es poco.


La inteligencia, la imaginación encendida

Publicado en la revista digital Teína, agosto de 2007.

1

Tres días antes de que se cumpliera una década de la muerte de Charlie Feiling, unas cincuenta personas se reunieron en su nombre. La Boutique del Libro, en Buenos Aires, fue el escenario de la presentación de Los cuatro elementos, el volumen publicado por la editorial Norma que reúne sus tres novelas y el primer capítulo de lo que sería la cuarta, obra que dejó inconclusa cuando la leucemia acabó con su vida. Los oradores en la velada fueron Fogwill y Marcelo Figueras, quien destacó una de esas curiosidades y simetrías que a veces parecen gustarle tanto a la muerte:

—Parece que fuera algo especial para los escritores con F, porque Fogwill y Figueras venimos a presentar un libro de Feiling el mismo día en que se muere Fontanarrosa.

El narrador y humorista rosarino había expirado hacía unas horas, ese mismo martes 19 de julio de 2007, después de años de una dolorosa lucha contra la esclerosis lateral amiotrófica. Salvando las diferencias (Fontanarrosa vivió un cuarto de siglo más que Feiling), seguramente quienes se apiñaron en el salón de la coqueta librería porteña —entre ellos, Luis Chitarroni, Tomás Eloy Martínez, Gabriela Esquivada, Sergio Bizzio y Daniel Guebel— habrán pensado en lo que significa la pérdida prematura de un escritor: la pregunta, para siempre sin respuesta, de qué habría creado si hubiese seguido vivo.

2

Nació el 5 de junio de 1961 y sus padres lo bautizaron Charles Edward Anthony Keith Feiling. Sin embargo, un detalle no menor —haber nacido en la Argentina— trocó su nombre oficial por Carlos Eduardo Antonio. Aunque nadie nunca lo llamó Carlos: siempre fue Charlie para su familia y sus amigos, y eligió firmar sus libros con sus iniciales, “C. E.”, siguiendo el estilo de autores anglosajones como T. S. Eliot, D. H. Lawrence y H. G. Wells.

En un lapso de cuatro años publicó las novelas El agua electrizada (1992), Un poeta nacional (1993) y El mal menor (1996), además de una extraña y erudita colección de poemas titulada Amor a Roma (1995). La cuarta novela iba a titularse La tierra esmeralda.

Antes había estudiado en la Escuela del Sol (en cuyo patio, como contó en uno de sus artículos periodísticos, compuso un rock junto al niño Andrés Calamaro), en el Liceo Naval (donde sus padres lo enviaron “ajenos a que vivían en Argentina y en 1975, no en la Inglaterra de 1930”, como escribió Gabriela Esquivada) y en la Universidad de Buenos Aires (donde se graduó de Licenciado en Letras y obtuvo el premio de la Academia Argentina de Letras al mejor promedio de su carrera y el de la Fundación CECC al mejor promedio de todas las carreras de su facultad). Fue docente en varias universidades argentinas y en la de Nottingham, en el Reino Unido. A los veintiún años estuvo al borde de la muerte por un primer ataque fulminante del cáncer, al que logró sobreponerse. Se casó con una compañera de la facultad y se divorció una década después. Y conoció a Gabriela Esquivada, el gran amor de su vida, a quien le dedicó todos sus libros.

3

El escritor Daniel Guebel fue uno de sus mejores amigos. “No recuerdo cuándo ni cómo lo conocí”, me contó. “Tuvimos una relación intermitente, mediada por la desconfianza, de mi parte, y de la benevolencia, por la suya”.

—¿Por qué desconfianza?

—En aquella época (pongan ustedes los años) yo, sin saberlo, había incorporado cierto ideal de la perfección formal desprendido de una lectura schwobiana de Borges. Mi programa era lo sublime literario, aunque mi propia escritura estuviera muy distanciada de eso. En ese sentido, creía que Charlie estaba perfectamente preparado para tomar la posta de esa estética. Como es natural, le había delegado esa tarea sin informárselo, y cuando Charlie publicó El agua electrizada, que a mí me pareció… lo que era, una novela policial, me sentí ofendido. De alguna manera, Charlie me había defraudado. Ahora, con el tiempo, y como es lógico, lo pienso de otra manera. Pero no voy a abundar en el asunto. Lo extraño.

Guebel y Sergio Bizzio publicaron el año pasado El día feliz de Charlie Feiling (Beatriz Viterbo) una novela escrita a cuatro manos (a dos teclados, podría decirse, porque la fueron redactando vía correo electrónico, sin reunirse físicamente ni una sola vez) tan ágil y divertida como emotiva y nostálgica. El relato cuenta un domingo que ambos compartieron con Feiling poco antes de su muerte. “¿Sabés?”, dice Bizzio que le dijo Charlie, “este fue el día más feliz de mi vida”. El recuerdo de aquella jornada abonó durante un decenio la memoria de sus amigos, hasta cobrar forma —como no podía ser de otra manera— de literatura.

Algunas otras referencias literarias:

Luis Chitarroni, autor del prólogo de Los cuatro elementos, anotó: “No conozco en la literatura argentina imaginación más encendida que la de C. E. Feiling”.

Rodrigo Fresán, en el prefacio de Con toda intención, el libro que recopiló las reseñas y artículos periodísticos de quien fuera su compañero en el diario Página/12, se pregunta qué es la inteligencia. Y se responde: “La inteligencia es Charlie Feiling”.

4

Hablando de Fresán: Los cuatro elementos lleva como subtítulo “Tres novelas y un bonus track”. “No entiendo bien lo de bonus track”, dijo con ironía Fogwill en la presentación, “eso es muy Rodrigo Fresán”. Fresán, otro escritor con F.

La reedición de la obra narrativa de Feiling estuvo a cargo de Gabriela Esquivada, al igual que la de Con toda intención, publicada por Sudamericana en 2005. Le pregunté a ella cómo recuerda a Charlie. Desde Estados Unidos, donde reside actualmente, envió su semblanza:

Lo recuerdo de espaldas, subiendo la escalera que daba al altillo donde estaba su escritorio en la casa de Carlos Calvo y Piedras; también de espaldas, llevando la compra en una bolsita, en Charles Street, en Londres. Lo recuerdo yendo a trabajar en sandalias a Página/12; trayendo Página/12 y pan fresco cada mañana. Lo recuerdo en el subte de Londres, en un pub pulguiento, The King of Corsica; en la cocina de las tres casas donde vivimos, preparando algún plato raro. Lo recuerdo en la presentación de El mal menor, pelado por la quimioterapia, y antes escribiendo El mal menor en Iowa; descalzo alcanzándome el original de El agua electrizada, en mi vieja casa del Once, y escribiendo allí, en su primera computadora, Un poeta nacional. Lo recuerdo traduciendo con Luis Chitarroni fragmentos del Finnegans Wake, tomando bourbon; leyéndome en voz alta a Philip Larkin u Ogden Nash o Leopoldo Lugones o Néstor Perlongher. Lo recuerdo en la Academia Nacional de Medicina, esperando los resultados de los estudios del día o el turno para la medicación; lo recuerdo en cada hospital y recuerdo el hueco que su cabeza dejó en la almohada cuando lo llevaron a terapia intensiva el día en que murió, el 22 de julio de hace diez años; recuerdo lo último que vi de él, el pulgar levantado. Lo recuerdo en el bar de la vieja librería Gandhi, en la calle Montevideo, y en un bodegón mínimo que ya no existe, por esa misma calle hacia Congreso, Carlitos; en un restaurante japonés algo secreto, en un primer piso. Lo recuerdo en el Habana Libre, en el sótano-cuarto de huéspedes de la casa de su amigo Luis Naón, en París; en la casa del Once, al amanecer; sin dormir en la de Carlos Calvo, escuchando a Leonard Cohen o mirando películas de terror.

5

Si hubiese seguido vivo, Charlie Feiling habría escrito. Difícil saber qué, más allá de La tierra esmeralda y los otros pocos textos que alcanzó a esbozar. Pero probablemente habría seguido arriesgándose a abordar nuevos géneros (sus relatos pasan por la novela de aprendizaje y la policial, la histórica y la de aventuras, la de fantasía y la de terror), y también habría seguido su camino de crítico lúcido e incisivo, como aquella vez en que escribió —y generó una polémica— contra Osvaldo Soriano en la revista Babel, en 1990. (Soriano, otro autor muerto antes de tiempo. Y ya que estamos: ¿no serían Soriano y Feiling dos buenos exponentes de formas antagónicas de hacer y entender la literatura argentina de los últimos, digamos, veinticinco años?)

Durante la presentación de Los cuatro elementos, también Figueras mencionó cómo recuerda a Feiling: parado bajo el marco de una puerta, durante una fiesta en casa de un amigo común. Fue, dijo, la única vez que lo vio, y esa es la única imagen que tiene de él.

—No recuerdo si tenía una copa en la mano —describió.

—Seguro que la tenía —añadió Fogwill.

En todo caso, todo el que lo haya conocido o leído probablemente tenga su propia imagen de Charlie Feiling. Ahora que sus novelas son más fáciles de hallar, será posible que lo conozcan nuevos lectores, y cada uno podrá verlo quizá con una copa de vino en la mano, o recitando poemas, o junto a un chico con sueños de cantante, en el patio de una escuela, componiendo una canción, o levantando el pulgar a pesar de todo.